Cristo
Cordeiro
Bogotá, Março/2016.
“Fizeste-nos, Senhor, para ti, e o nosso coração
anda inquieto enquanto não descansar em ti.”
Santo Agostinho
Continuo propondo a oração com os ícones. É através da
oração que estabelecemos esta relação de amizade e amor com Deus. Sem isso, não
podemos viver. Talvez possamos sobreviver, mas não viver de fato. É como se
tentássemos criar um peixe fora de seu ambiente natural: a água. O ambiente
natural do homem é Deus, é o Céu. Talvez fora desse habitat natural ele possa
até sobreviver, mas nunca poderá viver plenamente. Quando estamos longe desse habitat
sentimo-nos deslocados. Muitas vezes não sabemos o que fazer, sentimo-nos
desamparados e tristes. Diria que este é o grande mal pelo qual o mundo sofre:
os homens não estão vivendo em seu habitat natural. O homem sente saudades de
Deus.
Outro dia compartilhou comigo um companheiro jesuíta,
Guillermo Zapata: "A arte assim nos apresenta o invisível tornando-se
visível, o sentido encarnado na história, ou como foi definido pelo Conselho de
Nicéia, na luz de Deus, habitando entre os homens, feita linguagem, vida, amor
e ternura de um Deus que existe como luz do sagrado e transcendente faz-se
carne e osso de nossa história. Se todo homem e mulher é um sinal, símbolo,
sacramento, ou revelação do mistério insondável de Deus, a partir daí, intuimos
que a arte é parte do diálogo entre Deus e o homem, que é a própria essência da
nossa fé. A arte, que é estética, ou seja, passo para a alegria e prazer dos
sentidos, é a linguagem privilegiada para aproximar-nos ao inefável, e ao
mistério mesmo do homem e de Deus.”(Cf. em “El arte camino de lo inefable
ética, estética, felicidad”).
E sobre a inculturação estava lendo outro dia: "A
Igreja antiga certamente fez uma inculturação da fé: ela pegou elementos da
filosofia e da cultura grega. No entanto, a inculturação da fé também marcou
uma ruptura com os elementos centrais dessa cultura. Para citar apenas um caso,
o mais escandaloso, a encarnação, tal como concebido pela fé cristã, teve que
quebrar os modelos de pensamento no esquema grego: Deus e o homem poderia dar
ambos totalmente na mesma pessoa, nenhum ser humano é transformado em algo mais
elevado ou divino se rebaixaria a ser uma espécie de intervalo. Jesus Cristo
não é nem um semideus até mesmo um meio-homem, mas verdadeiro Deus e verdadeiro
homem. Assim, o processo de inculturação, quando é alcançada, compreende uma
dupla perspectiva: a assimilação da cultura em que o cristianismo é dito e
vivido, juntamente com a crítica e transformação da cultura, pela força do
Evangelho". (Cf. Gabino Uríbarri, Tres cristianismos insuficientes).
O Cordeiro
de Deus ...
"Que suba a minha oração, como incenso diante de
ti e (seja) a elevação das minhas mãos sacrifício da tarde." Todo cristão
reconhece que ele deve ser entendido que a mesma cabeça, para o dia declina, e,
à tarde, o Senhor, que por sua vez levaria sua alma, ele se entregou voluntariamente
à cruz; No entanto, aí estávamos personificados. O que estava suspendendo-o no
madeiro? O que nos levou. Como pôde acontecer que Deus Pai desprezado e abandonar
por um tempo o único Filho, que é Deus com ele? No entanto, cravando na cruz
nossa fraqueza, que, como diz o Apóstolo, "foi crucificado com ele o nosso
velho homem", gritou a voz deste homem dizendo: "Meu Deus, meu Deus,
por que me abandonaste?". Então, um sacrifício da tarde, a paixão do Senhor,
cruz do Senhor, oblação de acolhimento saudável, é um holocausto aceito por
Deus. Aquele sacrifício da tarde se tornou dom matutino na ressurreição. Após a
oração que se eleva coração puro sobe como piedoso incenso no sagrado altar.
Nada é mais delicioso do que o cheiro do Senhor; expire todo esse cheiro todos
que acreditam." (SAN AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, 140, 5, en
Obras completas XXII, BAC, Madrid 1967, 640-641).
Toda a vida cristã é completamente marcada pelo sinal
da Páscoa de Cristo, e no coração de cada celebração eucarística e sacramental.
O Tempo Pascal recorda insistentemente, e oferece a todos os crentes,
comunidades cristãs e para toda a Igreja a oportunidade de se tornar mais
consciente e melhor integrar em sua existência diária a dimensão fundamental da
fé.
A fé não é um ponto de chegada no qual se estabelece
tranquila e definitivamente no final de uma viagem mais ou menos rápida e trabalhosa.
É uma resposta de uma vida, com certeza você pode passar por períodos de
hesitação e dúvida. Deve ser renovada, vivificada, aprofundada constantemente,
através de uma leitura ininterrupta e atenta das Escrituras, com a ajuda de
outros crentes.
Que os atrasos e hesitações de nossa fé não nos impeça
de anunciar com vigor e humildade: "Cristo ressuscitou! Aleluia ".
Luís Renato C. de Oliveira, SJ
Cristo Cordero
Bogota, Marzo/2016.
"Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón
camina inquieto hasta que descanse en ti ".
San Agustín
Sigo ofreciendo la
oración con los iconos. Es através de la oración que hemos establecido esta relación
de amistad y amor con Dios. Sin ella no podemos vivir. Talvez podamos
sobrevivir pero no vivir de verdad. Es como tratar de crear un pez fuera de su
entorno natural: el agua. El entorno natural del hombre es Dios, es el cielo.
Talvez fuera de este hábitat natural el puede sobrevivir, pero nunca puede
vivir plenamente. Cuando estamos fuera de este hábitat sentimos desplazados. A
menudo no sabemos qué hacer, nos sentimos desamparados y tristes. Yo diría que
este es el gran mal por el cual el mundo sufre: los hombres no viven en su
hábitat natural. El hombre siente nostalgia de Dios.
Compartia comigo un
compañero jesuíta, Guillermo Zapata: “El arte así nos presenta lo invisible
hecho visible, el sentido encarnado en la historia, o como lo definió el
concilio de Nicea, de esa luz de Dios habitando en medio de los hombres, hecha
lenguaje, vida, amor y ternura de un Dios que existe como luz de lo sagrado y
trascendente haciéndose carne y hueso de nuestra historia. Si todo hombre y
toda mujer es signo, símbolo, sacramento o revelación del misterio insondable
de Dios, desde allí intuimos que el arte se inscribe en el diálogo entre Dios y
el hombre, es decir en la esencia misma de nuestra fe. El arte, que es
estética, es decir, paso por el gozo y el placer de los sentidos, es el
lenguaje privilegiado para acercarnos a lo inefable, y al misterio mismo del
hombre y de Dios.” (Cf. em “El arte camino de lo inefable ética, estética,
felicidad”).
Y acerca de la inculturación
leía otro dia: “La Iglesia antigua realizó, ciertamente, una inculturación de
la fe: asumió elementos de la filosofía y de la cultura griega. Sin embargo, la
inculturación de la fe supuso también una fuerte ruptura con elementos
centrales de dicha cultura. Por poner solamente un caso, el más escandaloso, la
encarnación, tal y como la concibe la fe cristiana, hubo de romper los moldes
de lo pensable en el esquema griego: que Dios y hombre se pudieran dar a la vez
en plenitud en la misma persona, sin que lo humano se transmutara en algo
superior ni lo divino se rebajara a una suerte de ser intermedio. Jesucristo no
es ni un semidios ni un semihombre, sino Dios verdadero y hombre verdadero.
Así, pues, el proceso de inculturación, cuando resulta logrado, comprende una
doble perspectiva: la asimilación de la cultura en la que el cristianismo se
dice y se vive, junto con la crítica y la transformación de dicha cultura,
mediante la fuerza del Evangelio.” (Cf. Gabino Uríbarri, Tres cristianismos
insuficientes).
El cordero de Dios...
«Suba mi oración como
incienso a tu presencia y (sea) la elevación de mis manos sacrificio
vespertino». Todo cristiano reconoce que debe entenderse esto de la misma
Cabeza, pues al declinar el día, ya en la tarde, el Señor, que de nuevo
volvería a tomar su alma, la entregó en la cruz voluntariamente; sin embargo,
allí estábamos personificados nosotros. ¿Qué pendía de él en el leño? Lo que
tomó de nosotros. ¿Cómo podía acontecer que Dios Padre desdeñase y abandonase
por algún tiempo al único Hijo, que es un solo Dios con él? Sin embargo,
clavando en la cruz nuestra flaqueza, en la cual, según dice el Apóstol, «fue
crucificado con él nuestro hombre viejo», clamó con la voz de este hombre
diciendo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?». Luego aquel
sacrificio de la tarde, la pasión el Señor, la cruz del Señor, la oblación de
la hostia saludable, es un holocausto acepto a Dios. Aquel sacrificio
vespertino se convirtió en don matutino en la resurrección. Luego la oración
que sube pura del corazón piadoso se eleva como incienso de ara santa. Nada hay
más deleitable que el olor del Señor; exhalen este olor todos los que creen.” (SAN
AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos, 140, 5, en Obras completas XXII, BAC,
Madrid 1967, 640-641)
Toda la vida
cristiana está completamente marcada por el signo de la Pascua de Cristo, y en
el corazón de cada celebración eucarística y sacramental. El tiempo pascual lo
recuerda con insistencia, y ofrece a todos los creyentes, a las comunidades
cristianas y a la Iglesia entera la oportunidad de tomar mayor conciencia y de
integrar mejor en su existencia cotidiana esta dimensión fundamental de la fe.
La fe no es una
cumbre en la que uno se instala tranquila y definitivamente al término de un
itinerario más o menos rápido y laborioso. Es respuesta de toda una vida,
certeza que puede pasar por periodos de vacilación y duda. Es necesario
renovarla, vivificarla, profundizar en ella sin cesar, por medio de una
relectura ininterrumpida y atenta de las Escrituras, con la ayuda de los otros
creyentes.
Que las demoras y
vacilaciones de nuestra fe no nos impidan proclamar con fuerza y humildad:
«Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!».
Luís Renato C. de Oliveira, SJ
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